Curiosidades

Recuerdos de brujería
En la hondonada donde se encuentran los pueblos de Intza, Uztegi y Gaintza son muy abundantes las leyendas referidas a brujas y lamias y a hechos, personajes, caseríos y términos que tuvieron que ver con el fenómeno brujeril.

Muchos de ellos salieron a la luz a raíz del proceso incoado por los tribunales de la Corte y el Consejo navarro en 1595 a instancias del alcalde perpetuo del valle, don Fermín de Lodosa, y su hijo, que aspiraba a sucederle en dicho cargo. Este proceso implicó a mucha gente del valle y poblaciones cercanas y llevó a muchos de ellos a las cárceles de Pamplona, en las que murieron varios acusados antes de llegar al juicio.

Al final fueron encausados 17 vecinos del valle de Araitz. Ocho mujeres murieron en la cárcel y nueve personas fueron juzgadas y condenadas a penas de azotes y destierro, excepto una mujer, la única superviviente, que fue absuelta.

El estraperlo
Durante los años de necesidad y hambre, el Plazaola se convirtió en un modo de transporte muy seguro para los que se dedicaban al estraperlo. Los alimentos más básicos - pan, patatas, alubias, etc. - llegaban a los pueblos gracias al tren. Muchas mujeres lo utilizaban a diario para adquirir alimentos que cubriesen las necesidades de sus familias.

La solidaridad entre los empleados de las estaciones permitió evitar en muchas ocasiones que la Guardia Civil requisase los alimentos de los viajeros. Cuando los jefes de estación veían a algún instructor de Hacienda o de la Guardia Civil, daban aviso a las estaciones para que los pasajeros escondiesen las bolsas o se deshicieran de ellas.

Cuentas como anécdota el nerviosismo de una de las mujeres al enterarse de que la Guardia Civil estaba en la estación. En ese momento, la mujer quiso deshacerse de sus bultos con tanta prisa que no se percató de que uno de los paquetes que tiraba fuera era un niño envuelto en una manta. La lentitud del tren evitó que la criatura sufriera lesiones. En otra ocasión, los viajeros lanzaron lo que llevaban al llegar a Lasarte, con tan mala fortuna que fue a caer en el patio del cuartel de la Guardia Civil.

El rey Alfonso XII toma las aguas y descansa en Betelu
¿Quién no recuerda el antiguo balneario? Durante los 100 años que estuvo en funcionamiento, fue el lugar ideal de descanso y recuperación para muchas personas que venían a tomar sus aguas curativas, atraídos por la belleza natural del entorno y la excelente cualidad terapéutica de sus aguas termales.

El balneario tenía 300 habitaciones y los propietarios reservaban una de ellas, la mejor de todas, por supuesto, para la visita que durante los veranos hacía el rey Alfonso XII. Entonces el pueblo se vestía de fiesta y al rey le daban la bienvenida con flores y música.

Pioneros del esquí
El 4 de enero de 1914, quince días antes de la inauguración oficial del ferrocarril San Sebastián - Pamplona (el Plazaola), miembros del "Ski Club Tolosano" utilizaron una unidad especial del ferrocarril para llegar a Leitza y practicar el esquí. Era el primer viaje no oficial del tren que permitió a aquellos deportistas acceder a la nieve de forma cómoda y rápida.

Narra la crónica el disfrute de los leitzarras al ver besar el suelo a los pioneros esquiadores pertenecientes al San Sebastián Recreatión Club y al Ski Club Tolosano. El pueblo recibió con curiosidad a los deportistas y a sus rudimentarios equipos deportivos. El Plazaola asentaba con este viaje el desarrollo del esquí, deporte que se inició de la mano de los industriales noruegos de la empresa "O. Mustad y Cía" en Tolosa a principios de siglo. En 1909 se fundaría el "Ski Club Tolosano", el más antiguo del país.

La pericia y el afán deportista de estos hombres encontró en el tren el mejor aliado para hacer realidad el sueño de acercarse a las zonas de nieve y practicar el esquí.

Ultzama
Todo hace pensar que Ultzama es de procedencia celta. En este idioma la palabra "ultzama" tiene el mismo significado que "basaburua" en euskera: "cabeza de monte".

Curiosamente podemos considerar Ultzama sinónimo del valle colindante denominado Basaburua. Los montes septentrionales de estos dos valles (Ultzama y Basaburua) marcan la línea divisoria de aguas, de ahí el topónimo.

La denominación actual de Ultzama ha tenido su evolución a lo largo de la historia: Uzama (1057), lozama (1120), Utzama (1154), Hutçama, (1268), Huçama, Uçama (1366). Al hilo de sus denominaciones apreciamos que no aparece la letra "l", será a finales del siglo XVI cuando por primera vez encontraremos acepciones como Ultzama y Ulçama.

Orokieta: Las Guerras Carlistas
En el monumento conmemorativo en forma de pirámide que hay en la zona ajardinada aledaña al frontón de Orokieta se lee en euskera y castellano una inscripción que dice: "A los heroicos camilleros de Navarra de la Cruz Roja española en homenaje a su humanitaria actuación en la acción de Orokieta los días 3, 4 y 5 de mayo del año 1872, por la que recibió su bautismo de sangre el actual cuerpo de tropas sanitarias de esta benemérita institución".

El texto hace alusión a la acción con que comenzó la tercera guerra carlista, cuya primera batalla se libró en Orokieta entre las tropas del pretendiente Carlos VII, que había cruzado la frontera el día 2 de mayo, y las del general Domingo Moriones. La batalla se saldó con la derrota carlista y en ella se distinguieron los cuerpos de camilleros de la Cruz Roja, fundada en Navarra pocos años antes.

Itsaso: Un tesoro escondido
La parroquia de San Pedro de Itsaso guarda un tesoro escondido y, a causa de ello, desconocido para la mayoría de los habitantes del valle y de fuera de él.

Si conseguimos entrar en su interior, nos encontraremos con la sorpresa de un bello retablo de mediados del siglo XVI con 14 cuadros de bellas pinturas renacentistas que ilustran la vida de San Pedro. Su autor fue el pintor Miguel de Baquedano, vecino de Pamplona, que plasmó de forma elegante algunos episodios de la vida del apóstol, entresacados de la Leyenda Áurea. En sus pinturas se aprecian influencias rafaelistas y de los grabados alemanes y flamencos, pero poco más se sabe de él y de su obra.

Además de las pinturas, la calle central del retablo conserva una hermosa y monumental talla gótica de San Pedro y otras dos obras renacentistas de Juan de Landa, una Virgen con el Niño y un Calvario.

Los largos veranos de Fabiola en Lekunberri
Durante los felices años veinte y hasta la guerra civil, San Sebastián era el principal centro de veraneo de la aristocracia española.

La proximidad de nuestros valles a la capital donostiarra hizo que afluyeran ilustres visitantes a nuestro pueblos. Entre ellos, la reina Fabiola de Bélgica y su familia, quienes se alojaban durante los veranos en un conocido hotel de Lekunberri.

Maravedís y tresenas que se llevó el Araxes
En el peculiar encinar de Betelu (espacio natural en vías de protección) se encuentran las ruinas de lo que fue Gokola, la ferrería de Betelu. Aquella fue la última que acuño una moneda navarra: la tresena, equivalente a tres maravedís. Aunque apenas queda nada de aquella ferrería, la investigadora Marta Berrando intuye muchas de las historias que se dieron en torno a Gokola. La ferrería desapareció pero el agua del río Araxes, el encinar y el espíritu de aquellos "hombres de comercio" del siglo XIX han dejado su testimonio emprendedor en Betelu.

Las ruinas de la ferrería de Betelu, situadas en lo que en otro tiempo se llamó "término de Ciarrosín" de la falda de Irulegui, justo antes de que el río Araxes entre en el pueblo, se habían ido camuflando en el paisaje, probablemente desde que se cerró el balneario y la gente dejó de pasear por allí. Desbrozada la vegetación se han descubierto sus restos, a la vez que ha hecho evidente el desconocimiento sobre su historia y ha despertado la curiosidad de los vecinos.

La historia de la ferrería ha estado íntimamente ligada al Araxes, a quien siempre se pusieron "trabas", artefactos de provecho que rentabilizaran su fuerza. Antes de la ferrería existían ya el molino y el batán, y después de ella vinieron también la central eléctrica para el Balneario, las sierras y fraguas de los Yerequi, la fábrica de chocolate de los Lazcano, la primera luz para el pueblo…en una época en la que Betelu vivía relamente entre las Malloas y el Elosta. También el agua de sus manantiales, una vez más el agua, fue quien dio mayor renombre a esta villa.

La industria metalúrgica en Navarra
En la Edad Media, el Pirineo se distinguió por la elaboración del hierro en fraguas hidráulicas. Aunque la explotación metalúrgica de la montaña navarra no fue tan destacada como las de las vecinas Gipuzkoa y Bizkaia, sí que existió un considerable comercio de hierro del norte de Navarra con Francia que se mantuvo hasta principios del siglo XIX.

El esplendor de las ferrerías navarras se da en el siglo XVI, época en la que el País Vasco se convirtió en el principal centro de producción de hierro de la Europa Occidental. Durante los siglos XVII y XVIII, al no poder competir con los altos hornos europeos, fueron decayendo hasta ser abandonadas en el siglo XIX.


Betelu, una ferrería tardía
La ferrería de Betelu fue constituida por tres socios en 1828, en plena época de decadencia del sector. Juan Antonio Zabala, Cristobal Lazcano y Pedro Antonio Ochotorena impulsaron un conjunto industrial en el que instalaron una ferrería mayor destinada a labrar hierro y un martinete de cobre para el acuñado de la tresena, última moneda navarra equivalente a tres maravedís. La tresena de Betelu se acuño en este martinete entre los años 1828 y 1833.

Juan Antonio Zabala era un auténtico emprendedor. Puso en marcha industrias, comercios, molinos, batanes y ferrerías, acondicionó casas para los enfermos que venían a tomar las aguas medicinales…Nacido en Pamplona, se asentó en Betelu y se casó con María Josefa Yeregui, perteneciente a la estirpe de artesanos célebre que ha tenido esta población.

La historia de la ferrería quedó marcada por un escándalo en 1832. Ochotorena tuvo que fugarse a Burdeos acusado por el gobierno de la elaboración de falsos maravedís que circulaban por Navarra. Este hecho motiva el parón de la fábrica y al poco tiempo es Zabala el que se erige en administrador de los bienes.

Pese a las dificultades que atravesó la ferrería, existe un documento fechado tres años más tarde en el que se asegura que entre 1831 y 1835 se habían labrado más de 240 toneladas de hierro y que la renta de la ferrería había sido de 6000 reales de vellón por cada año.

La ferrería de Betelu, regentada por la viuda de Juan Antonio Zabala y los nuevos administradores, funcionó durante la década de los cuarenta y algunos años de los cincuenta del siglo pasado. Ya en el siglo XX, los herederos de Zabala volvieron a poner en marcha la ferrería, pero no para labrar hierro sino para generar energía eléctrica con la que se iluminaría el boyante Balneario de Betelu. Pero éste también se paró, incluso fue derribado y apenas sí quedan algunos restos. Desde entonces, ese lugar antes tan activo y ruidoso se ha sumido en el silencio, convirtiéndose en las ruinas que hoy conocemos.


El capitán Ignacio de Loyola, herido y agotado
Las graves heridas que sufrió San Ignacio de Loyola en Pamplona en 1521, con motivo de la guerra que acabó con la independencia navarra, obligaron a su traslado a Loyola.

A lo largo de su marcha en camilla el santo guerrero recorrió varias localidades navarras, entre ellas Betelu. Se dice que al entrar en el pueblo, desfallecido, apoyó su mano en la esquina de una casa, dejando así una señal de su paso.

Desde entonces, Betelu es un lugar emblemático para jesuitas de todo el mundo que, todos los años, siguen las huellas que su fundador dejó en su travesía hacia Loyola.

Las ferrerías y sus subastas
Matxain, Urto, Eleuna, Astibia, Irizabal o Errezuma fueron algunas de las ferrerías que existieron en Leitza. Las condiciones del pueblo, con río caudaloso, saltos de agua y buen mineral, permitió el desarrollo de la producción de metal y de estas industrias que pertenecían al rey y se consideraban parte de los servicios del Ayuntamiento.

Las carboneras del monte suministraban el carbón natural necesario para que las ferrerías funcionasen. A ello se unía el hierro extraído de las minas de Leitza que permitía terminar el proceso. Las ferrerías también trabajaron el cobre que venía de Bilbao. Los productos finales - hachas, llaves, armas, herramientas…- pasaban posteriormente a los mercados para su venta.

Para disponer de una ferrería se debía pagar un impuesto real y tener concedido su permiso. El carácter municipal de las misma originó que los propietarios las adquiriesen a través de subasta. El proceso se realizaba con velas según el tipo de oferta que se hiciese. Quien encendiese la última vela sin haberse hecho otra propuesta mejor, pasaba a ser propietario de la ferrería, método utilizado también para el permiso de venta de vino, el molino y la panadería.

A principios de siglo se cerró la última ferrería de Leitza, la de Olaberria, de la que fue trabajador Claudio Erbiti, que cuenta hoy en día con 90 años.